jueves, 30 de julio de 2009

LA CRISIS COMO OPORTUNIDAD

Durante los últimos 30 años, las Administraciones Públicas españolas han hecho un gran esfuerzo para, a pesar de la limitación de recursos que han padecido, proporcionar a los ciudadanos un nivel adecuado de servicios públicos. El desarrollo del Estado del Bienestar que se ha derivado de ello a la vista está.


Más recientemente, el énfasis se ha puesto en la calidad y la accesibilidad de dichos servicios: se trataba de satisfacer las expectativas de la gente, cada día más exigente y con más demandas. Y en eso estamos todavía. Tal vez lejos del servicio a medida e impecable que caracteriza otras -¡no muchas!- Administraciones de países desarrollados, pero sin duda más lejos aun de la prepotencia, el “chapuzismo” y el favoritismo de antaño.


En cambio, la eficiencia no ha sido -en general- un motivo de preocupación prioritaria para los decisores y gestores públicos. Hasta hoy. Actualmente, la crisis económica y su impacto sobre las finanzas públicas obligan a hacer un esfuerzo notable y apresurado de optimización y ahorro. Hay mucho campo por correr: no es infrecuente encontrarse con instituciones públicas con niveles de ineficiencia del 10% al 30%. No faltarán, pues, las oportunidades de racionalización. Lo cual no significa que las decisiones a tomar no sean complejas y, a menudo, impopulares.


De hecho, las herramientas y palancas con que pueden contar los gestores públicos son numerosas: desde la contabilidad analítica hasta la centralización de compras; desde los círculos de eficiencia y los programas de sugerencias de ahorro hasta los cuadros de mando; desde la eficaz gestión de los concursos y las concesiones públicas hasta la optimización de los recursos humanos... pasando por la externalización de servicios, la subasta electrónica, la priorización estratégica, etc. Así las cosas, quien no se pone manos a la obra, es porque no quiere.


Con todo, sería una lástima que todos estos ejercicios de autochequeo y contricción solamente consistieran en recortar gastos y reducir el despilfarro, o se limitaran al periodo de recesión. Los proyectos de mejora de la gestión -también de la gestión económica- deberían tener un lugar permanente en las agendas públicas. Deberíamos comprometernos solemnemente a dar continuidad en el futuro a los buenos hábitos que hoy -a la fuerza- vamos adoptando. De esta forma, tal vez las cuitas y dificultades actuales habrán valido la pena. En este sentido, decididamente, la presente crisis es una gran oportunidad.


Antoni Biarnés

Director del Instituto Agora

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